domingo, 6 de agosto de 2017

Dumbría y O Pindo

Con este nombre tan resonante se nos presentó un conjunto de paisajes que desconocíamos y que nos gustó mucho, mucho más cuando no los llevábamos planificados, así que la sorpresa fue mayúscula.
Empezando por lo más conocido, las Cascadas de Ézaro, un paisaje peculiar a su manera, con una magnífica catarata que conecta el río Xallas con el mar directamente a través de una caída sobre el granito que realmente impresiona.















Impresionaría todavía más si el paisaje fuese natural, pero por desgracia un embalse y la correspondiente central hidroeléctrica nos saca del embeleso. A pesar de ello, hay que reconocer que el esfuerzo por adecentar la central es grande, y aunque humanizado, el paseo bien merece la pena, el conjunto de embalse, río y cascada es precioso a pesar de todo.

Siguiendo la bien señalizada y empinadísima carretera, llegamos al Miradoiro, aquí la verdad es que todo lo que se ve llama la atención: el granito del Monte Pindo a la izquierda, la desembocadura del río Xallas enmedio, y  al derecha la playa de Ézaro, ¡qué maravilla!

El conjunto es pintoresco en el el sentido pictórico, parece todo un cuadro hecho con una gran imaginación y sensibilidad.


Bajamos a la playa de Ézaro a pasar una agradable tarde en una playa muy familiar, con agradable me refiero que, siendo una de esas playas que no nos gustan demasiado por haber bastante, gente, estar urbanizada y no sentir esa soledad y comunión con el paisaje que sí se ven en las playas deliciosas que os pongo en otras entradas, hay que decir que la playa era muy tranquila, aquí no ha llegado todavía el turismo masivo, y esperemos que por muchos años, se agradece.
Al fondo aparece, ya en territorio de Carnota, otra playa de similares características: San Pedro.







O Pindo, el último pueblo al oeste de Carnota, es una pequeña localidad que como su nombre indica y como veis en la foto, vive a la sombra del mítico tótem gallego: una locura granítica, agreste pero tan atractivo que todas las civilizaciones se han impregnado de su paisaje y lo han sublimado en folklore, leyendas y referencias ocultas. Normalmente se nos va la vista al mar pero en este caso siempre apetecía buscar la montaña sobre el pueblo.

La playa en sí, azotada por el viento, nos recibió tan indómita como deseábamos, llevándonos un buen recuerdo de su bravura.














Un pequeño pero cuidado paseo que conecta la playa con las pequeñas marismas y el pueblo sirvió de momento final de felicidad.


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